sábado, 23 de julio de 2011

Cuentos, Relatos y algo mas

Cuéntame un Cuento


Quiero compartir este espacio  con aquellos buscadores de reflexiones y significados dentro de los cuentos, para aquellos que buscan el mensaje mas allá de la simple lectura.


¿Acaso lo habéis perdido allí?


¿Acaso lo habéis perdido allí?

Una tarde la gente vio a Rabiya buscando algo en la calle frente a su choza. Todos se acercaron a la pobre anciana.

¿Qué pasa?
-le preguntaron-
¿qué estás buscando?

―Perdí́ mi aguja, dijo ella. Y todos la ayudaron a buscarla.

Pero alguien le preguntó:
 ―Rabiya, la calle es larga, pronto no habrá́ más luz. Una aguja es algo muy pequeño ¿porqué no nos dices exactamente dónde se te cayó?
―Dentro de mi casa‖, dijo Rabiya.
―¿Te has vuelto loca?-preguntó la gente-‖Si la aguja se te ha caído dentro de tu casa, ¿porqué la buscas aquí́ afuera?
―Porque aquí́ hay luz, dentro de la casa no hay‖.
―Pero aun habiendo luz, ¿cómo podremos encontrar la aguja aquí́ si no es aquí́ donde la has perdido? Lo correcto sería llevar una lámpara a la casa y buscar allí́ la aguja‖.

Y Rabiya se rió.

 

El Gato del Guru

El Gato del Guru
Cuando, cada tarde, se sentaba el gurú para las prácticas del culto, siempre andaba por allí el gato del ashram distrayendo a los fieles. De manera que ordenó el gurú que ataran al gato durante el culto de la tarde.

Mucho después de haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el referido culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato al ashram para poder atarlo durante el culto vespertino.

Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización del culto como es debido.

 

Cielo o infierno, tú escoges

Cielo o infierno, tú escoges


Se dice que un guerrero samurái fue a ver al maestro zen Hakuin y le pregunto:

-¿Existe el infierno? ¿Existe el cielo? ¿Dónde se hallan las puertas que me levarán a ellos?
¿Dónde está la entrada?

Era un guerrero sencillo. Los guerreros  siempre son sencillos, sin astucia en sus mentes. Sólo conocen dos cosas: la vida y la muerte. Él no había ido allí a aprender ninguna doctrina, tan sólo quería saber dónde estaban las puertas para evitar el infierno y poder entrar al infierno y poder entrar en el cielo. Hakuin le respondió de la forma en que sólo un guerrero podía haberle entendido.

-¿Quién eres? –preguntó Hakuin.
-Soy un guerrero samurái –Respondió el gurrero-, Incluso el emperador me respeta.

Hakuin se río de él diciendo.

-¿Un samurái, tú? ¡Pero si pareces un pordiosero!
El samurái se sintió herido en su orgullo y olvidó lo había ido a hacer. Con furia, se quitó la espada del cinto y se dispuso para matar al maestro Hakuin.

Éste le dijo entonces:
-Esta es la puerta del infierno. Esta espada, esta ira, este ego, son las llaves que la abren.
El samurái entendió inmediatamente. Entonces colocó nuevamente su espada en la funda. Hakuin le dijo:

-Así es cómo se abren las puertas del cielo.

El Maestro Sufi

Cuentos y Relatos

El Maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…

– Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…

 – Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro
– Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.
– Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo
– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
– Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?…
– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte… – Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…
– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó, sorprendido el discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:
– Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada.

 

No se han podido llevar la música

No se han podido llevar la música

Se dice que era un mago del arpa. En la llanura de Colombia no había ninguna fiesta sin él. Para que la fiesta fuese fiesta, Mesé Figueredo tenía que estar allí con sus dedos bailadores que alegraban los aires y alborotaban las piernas.

Una noche, en un sendero perdido, fue asaltado por unos ladrones. Iba Mesé Figueredo de camino a unas bodas, él encima de una mula, encima de la otra su arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a palos.
A la mañana siguiente, alguien lo encontró. Estaba tendido en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo con un hilo de voz:

– “Se llevaron las mulas.”
Y dijo también:
– “Se llevaron el arpa.”
Y, tomando aliento, rió:
– “¡Pero no se han podido llevar la música!”

 

El gurú joven y el gurú viejo

El gurú joven y el gurú viejo

Había en la India dos gurúes que tenían sus escuelas cercanas. Uno de ellos era viejo y el otro muy joven. Ese más joven había sido alumno del guru viejo. Todas las mañanas los dos daban clases en sitios diferentes. Todas las mañanas miles de personas se juntaban a escuchar al guru joven. Solamente una decena escuchaba la palabra del más viejo.

Un día el viejo fue hablar con el más joven y le dijo:

– Te puedo hacer una pregunta
– Claro, maestro.
– Crees que tienes más conocimientos que yo – dijo el más viejo
– No, si todo lo que sé, lo aprendí de vos, maestro.
– Crees que eres más didáctico que yo.
– No, no hay nadie más didáctico que vos maestro – dijo el más joven
– Crees que la sabiduría se puede aprender en los libros, en el estudio.
– No, yo creo que la sabiduría viene con los años, y sólo el tiempo puede dártela.
– Así que crees que yo tengo más conocimientos que tu – dijo el más viejo – crees que soy más hábil que tú. Entonces no entiendo. Me puedes explicar por qué tu tienes miles de alumnos y yo apenas una decena.

El guru más joven dijo:
– Quizá sea porque a mí me sorprende que vengan y a vos os sorprende que no vengan

Ni tú ni yo somos los mismos

Ni tú ni yo somos los mismos

El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.

Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido pero permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente.

Muy sorprendido, Devadatta preguntó:

-¿No estás enfadado, señor?
-No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
-¿Por qué?

Y el Buda dijo:
-Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada.