Quiero compartir este espacio con aquellos buscadores de reflexiones y significados dentro de los cuentos, para aquellos que buscan el mensaje mas allá de la simple lectura.
¿Acaso lo habéis perdido allí?
Una tarde la gente vio a Rabiya buscando algo en la
calle frente a su choza. Todos se acercaron a la pobre anciana.
¿Qué pasa?
-le preguntaron-
¿qué estás buscando?
―Perdí́ mi aguja, dijo ella. Y todos la
ayudaron a buscarla.
Pero alguien le preguntó:
―Rabiya, la calle es larga, pronto no
habrá́ más luz. Una aguja es algo muy pequeño ¿porqué no
nos dices exactamente dónde se te cayó?
―Dentro de mi casa‖, dijo Rabiya.
―¿Te has vuelto loca?-preguntó la gente-‖Si la
aguja se te ha caído dentro de tu casa, ¿porqué la buscas aquí́ afuera?
―Porque aquí́ hay luz, dentro de la casa no
hay‖.
―Pero aun habiendo luz, ¿cómo podremos
encontrar la aguja aquí́ si no es aquí́ donde la has perdido? Lo
correcto sería llevar una lámpara a la casa y buscar allí́ la
aguja‖.
Y Rabiya se rió. |
El Gato del Guru
Cuando, cada tarde, se sentaba el gurú para las
prácticas del culto, siempre andaba por allí el gato del ashram distrayendo a
los fieles. De manera que ordenó el gurú que ataran al gato durante el culto
de la tarde.
Mucho después de haber muerto el gurú, seguían
atando al gato durante el referido culto. Y cuando el gato murió, llevaron
otro gato al ashram para poder atarlo durante el culto vespertino.
Siglos más tarde, los discípulos del gurú
escribieron doctos tratados acerca del importante papel que desempeña el gato
en la realización del culto como es debido.
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Cielo o infierno, tú escoges
Se dice que un guerrero samurái fue a ver al
maestro zen Hakuin y le pregunto:
-¿Existe el infierno? ¿Existe el cielo? ¿Dónde se
hallan las puertas que me levarán a ellos?
¿Dónde está la entrada?
Era un guerrero sencillo. Los guerreros
siempre son sencillos, sin astucia en sus mentes. Sólo conocen dos cosas: la
vida y la muerte. Él no había ido allí a aprender ninguna doctrina, tan sólo
quería saber dónde estaban las puertas para evitar el infierno y poder entrar
al infierno y poder entrar en el cielo. Hakuin le respondió de la forma en
que sólo un guerrero podía haberle entendido.
-¿Quién eres? –preguntó Hakuin.
-Soy un guerrero samurái –Respondió el gurrero-,
Incluso el emperador me respeta.
Hakuin se río de él diciendo.
-¿Un samurái, tú? ¡Pero si pareces un pordiosero!
El samurái se sintió herido en su orgullo y olvidó
lo había ido a hacer. Con furia, se quitó la espada del cinto y se dispuso
para matar al maestro Hakuin.
Éste le dijo entonces:
-Esta es la puerta del infierno. Esta espada, esta
ira, este ego, son las llaves que la abren.
El samurái entendió inmediatamente. Entonces colocó
nuevamente su espada en la funda. Hakuin le dijo:
-Así
es cómo se abren las puertas del cielo.
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El Maestro Sufi
El Maestro sufi contaba siempre una parábola al
finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la
misma…
– Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos
cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…
– Pido perdón por eso. – Se disculpó el
maestro
– Permíteme que en señal de reparación te convide
con un rico durazno.
– Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo
– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo
mismo. ¿Me permites?
– Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un
cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?…
– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad,
maestro…
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo
complacerte… – Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…
– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se
quejó, sorprendido el discípulo.
El maestro hizo una pausa y dijo:
– Si yo les explicara el sentido de cada cuento…
sería como darles a comer una fruta masticada.
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No se han podido llevar la música
Se dice que era un mago del arpa. En la llanura de
Colombia no había ninguna fiesta sin él. Para que la fiesta fuese fiesta, Mesé
Figueredo tenía que estar allí con sus dedos bailadores que alegraban los
aires y alborotaban las piernas.
Una noche, en un sendero perdido, fue asaltado por
unos ladrones. Iba Mesé Figueredo de camino a unas bodas, él encima de una
mula, encima de la otra su arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y
lo molieron a palos.
A la mañana siguiente, alguien lo encontró. Estaba
tendido en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo.
Y entonces aquella piltrafa dijo con un hilo de voz:
– “Se llevaron las mulas.”
Y dijo también:
– “Se llevaron el arpa.”
Y, tomando aliento, rió:
– “¡Pero no se han podido llevar la música!”
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El gurú joven y el gurú viejo
Había en la India dos gurúes que tenían sus escuelas
cercanas. Uno de ellos era viejo y el otro muy joven. Ese más joven había
sido alumno del guru viejo. Todas las mañanas los dos daban clases en sitios
diferentes. Todas las mañanas miles de personas se juntaban a escuchar al
guru joven. Solamente una decena escuchaba la palabra del más viejo.
Un día el viejo fue hablar con el más joven y le
dijo:
– Te puedo hacer una pregunta
– Claro, maestro. – Crees que tienes más conocimientos que yo – dijo el más viejo – No, si todo lo que sé, lo aprendí de vos, maestro. – Crees que eres más didáctico que yo. – No, no hay nadie más didáctico que vos maestro – dijo el más joven – Crees que la sabiduría se puede aprender en los libros, en el estudio. – No, yo creo que la sabiduría viene con los años, y sólo el tiempo puede dártela. – Así que crees que yo tengo más conocimientos que tu – dijo el más viejo – crees que soy más hábil que tú. Entonces no entiendo. Me puedes explicar por qué tu tienes miles de alumnos y yo apenas una decena. El guru más joven dijo:
– Quizá sea porque a mí me sorprende que vengan y a
vos os sorprende que no vengan
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Ni tú ni yo somos los mismos
El Buda fue el hombre más despierto de su época.
Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y
la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre
celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a
matarlo.
Cierto día que el Buda estaba paseando
tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima
de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca
sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda
se dio cuenta de lo sucedido pero permaneció impasible, sin perder la sonrisa
de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo
saludó afectuosamente.
Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
-¿No estás enfadado, señor?
-No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
-¿Por qué?
Y el Buda dijo:
-Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo
soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada.
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